viernes, 20 de mayo de 2011

Síndrome de Proust

Hoy "Bonita" la perra que vive enfrente a mi trabajo, me dejó en evidencia lo que había leído una vez sobre el "Síndrome de Proust".
Fue alucinante ver como Bonita aún sin verme y en pleno espacio abierto y con otras personas alrededor pudo darse cuenta de mi presencia y buscarme en forma desesperada.
Gracias Bonita por el honor de ser tan especial para ti, y así de la misma manera y bajo el Síndrome de Proust, espero ser reconocida por "alquien".

LA MAGDALENA EN EL TÉ DE PROUST

Los olores despiertan inmediatamente recuerdos a veces muy lejanos, con una tenacidad sorprendente. Una magdalena en el té permite a Marcel Proust en su "En busca del tiempo perdido" saltar hacia el pasado y reconstruir una vida y una época. Se suele denominar, precisamente, síndrome de Proust a ese disparo a veces compulsivo de la memoria olfativa. El procesamiento cerebral de las percepciones olfativas reside en parte en el sistema límbico, que controla las emociones, la conducta y el almacenamiento de la memoria. De ahí esa estrecha conexión, que resulta fundamental para sobrevivir en un mundo en el que los olores son avisos necesarios, que son interpretados por el animal. Somos mamíferos y, por lo tanto, herederos evolutivos de todo un completo desarrollo de este sentido, una estrategia que tuvo éxito y que permite entender la importancia de toda esa neurofisiología del olfato, que relaciona la percepción de los olores a través del órgano vomeronasal con la regulación hormonal, las conductas reproductivas y las funciones sociales.

Los seres humanos, aparentemente más desligados de lo "natural", seguimos, sin embargo, sometidos a los efluvios de ciertas sustancias. Sin llegar a los excesos que se narraban en "El perfume, historia de un asesino", de Patrick Suskind, pero desde luego lo bastante atados como para entender el desarrollo de la gran industria de los perfumes.

El Nóbel del OlfatoPublicado en EL CORREO, Territorios, Ciencia-Futuro, miércoles 13 de octubre de 2004.

El Agua Admirable o Agua de Regina pasa por ser la primera fragancia creada con fines comerciales. Fue desarrollada en 1725 por Juan Paulo Feminis, italiano y su sobrino, Juan María Farina instaló con él, en Colonia, un laboratorio y tienda donde vendieron su acqua Coloniensis, que llegó a Francia y fue popularizada por el mismo Napoleón I. Aún hoy nos seguimos refiriendo al "agua de colonia", o "colonia" sencillamente como un genérico para los perfumes diluidos. La historia de los perfumes es muchísimo más antigua, porque siempre han acompañado a las culturas humanas. En la actualidad, los expertos perfumistas trabajan con miles de sustancias diferentes que aportan diferentes matices a sus creaciones.

Se estima que una persona es capaz de diferenciar entre diez mil olores diferentes (aunque la gran mayoría seamos incapaces de "dar nombre" a esas sensaciones, podemos declarar que son diferentes). Esto da idea de la plasticidad de un sentido, el del olfato, que especialmente en los mamíferos resulta una de las maquinarias perceptivas más complejas. Aunque la anatomía del olfato es conocida desde hace mucho, sólo con la llegada de las técnicas de la biología molecular se pudo avanzar en la comprensión del funcionamiento de este sentido que, como el gusto, maneja sensaciones obtenidas a partir de productos químicos que entran en contacto con nosotros.

En 1991, Richard Axel y Linda B. Buck, investigadores del Centro de Investigación sobre el Cáncer Fred Hutchinson en Seattle (EEUU), descubrieron una gran familia de genes que controlan la producción de receptores específicos (más de 1000 genes diferentes, aproximadamente un 3% de los que integran nuestro genoma, lo que da cuenta de la plasticidad y desarrollo de este sentido en nuestra herencia evolutiva) para diferentes sustancias. Su trabajo ha sido reconocido con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina 2004.
Extraído de: Por la boca muere el pez

SOBRE LA MEMORIA Y OTRAS MENTIRAS... En cualquier caso, resulta evidente que los olores poseen la capacidad de despertar recuerdos dormidos. Algunos afirman que el olfato evoca precisamente los recuerdos más antiguos, aunque otros muchos investigadores no están de acuerdo. En mi caso, los olores sí que suelen hacerme viajar a tiempos muy remotos. Al oler, por ejemplo, ciertos plásticos, ciertos barnices, o a naftalina, o a madera recién cortada, o a Ozono Pino, mi mente se ve instantáneamente catapultada a la infancia. Pero ocurre algo más, algo sorprendente y extraño: no sólo evoco imágenes o sonidos, sino también, y con gran intensidad, sensaciones.

¿A qué me refiero con “sensaciones”? Es difícil de explicar. No se trata de emociones, aunque también, sino del “tono vital” que experimentaba en aquel momento. Antes, “sentía” la vida de una forma distinta a como la siento ahora. De hecho, mi forma de “sentir” la realidad ha ido variando a lo largo del tiempo y supongo que lo seguirá haciendo hasta que estire la pata. ¿Cómo son esas diferentes formas de “sentir” el mundo? Ahí está el problema: no hay palabras para describirlas. Quizá, al igual que ocurre con los olores, esa “sensación de fondo” es límbica y, por tanto, pre-lingüística. Lo cual significa que no puede compartirse. Y es una verdadera pena, porque ese sentimiento, como demuestra el síndrome de Proust, está íntimamente asociado a nuestros recuerdos autobiográficos, forma parte de nosotros, es algo muy valioso... pero no podemos expresarlo.

Creo que Marcel Proust, al escribir En busca del tiempo perdido, afrontó la titánica tarea de expresar verbalmente esos “sentimientos de fondo”. Si recordamos el comienzo de su obra, precisamente el momento en que engulle la dichosa magdalena, lo que Proust evoca no es un recuerdo en forma de imagen o sonido, sino una sensación.

“...me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas de bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba”.

Sólo mucho después, tras denodados esfuerzos, el narrador logra evocar el momento de su infancia en que probó por primera vez aquel sabor, lo que da paso a ese inmenso alarde descriptivo de toda una época. Pero, como decía antes, no creo que el propósito de Proust fuera tanto relatar su mundo como transmitir las “sensaciones” de ese mundo. De ahí su obsesión por describir minuciosamente los más pequeños detalles, pues es en esos detalles donde anidan las “impresiones” que él pretendía comunicar. Desgraciadamente, nosotros sólo podemos apreciar la carga estética de sus descripciones, pero apenas, y sólo de forma muy indirecta, su carga emocional. Proust construyó una catedral de palabras para expresar verbalmente lo que no puede expresarse verbalmente. Y, en gran medida, fracasó; aunque el suyo fue un fracaso sublime. El problema es que hay sentimientos que sólo tienen significado en nuestro interior. Fuera, no son nada.

Supongo que ése es uno de los muchos aspectos que adopta la soledad.

Extraído de: La Fraternidad de Babel


"Hay olores
que se huelen toda la vida
por haberlos percibido por primera vez
en una tarde tormenta."
Marcel Proust, escritor francés.

"La literatura está llena de aromas."
Wal Whitman, humanista estadounidense.

"Los aromas de las flores son sus sentimientos."
Heinrich Heine, escritor alemán.

"Nuestro sentido del olfato es 10.000 veces más sensible
que cualquier otro de nuestros sentidos."
Von Have, científico estadounidense.


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Un aroma sutil que nos predispone a la conversación, nos anima, nos reconforta…  un toque personal, elegante y discreto… los pequeños detalles son decisivos en el éxito de un evento y la aromatización, con una fragancia escogida específicamente para la ocasión o con su odotipo corporativo, es una garantía de éxito.

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Extraído de: musicam marketing sensorial

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